Se agarró a la vida como nadie. «Cualquier otra persona nos hubiera dejado la madrugada del jueves», dijo un médico. Pero Tito se aferraba al hilo cada vez más débil que lo sujetaba a su mujer, sus hijos, sus padres, sus amigos, el Barça, el fútbol. La vida. Se cogía con las manos y apretaba con los dientes, proyectando toda su fuerza para no descolgarse, para seguir unido a su familia y a todas las pequeñas cosas que hizo grandes.
A los 45 años se lo llevaron después de cumplir su sueño, injustamente breve, aunque majestuoso, fantástico, mágico y, seguramente, inesperado. Se sentó en el banquillo del FC Barcelona y ganó la mejor Liga de la historia, la de los 100 puntos, la de los 115 goles, la que dejó a su rival a 15. Y lo hizo cerca y lejos del césped del Camp Nou, entre vídeos y olor de cloroformo, con apoyo o sin él. Luchando, como siempre.
Tito fue uno de los artífices del mejor Barça de la historia que lideró Guardiola y Messi y Valdés, y Piqué y Puyol y Alves y Xavi y Busquets e Iniesta y Pedro y tantos otros que conquistaron un pedazo inmenso de gloria. Tito fue el colaborador necesario para que todo ello se lograra, para que fluyera una forma de ver el fútbol que entusiasmó al mundo.
Desde que fue consciente de la cruel enfermedad que lo iba consumiendo, Tito luchó y mostró la cara positiva de la vida a su gente más próxima. Siguió hablando de fútbol y del Barça y vivió pendiente de su esposa, sus hijos, su familia, sus amigos.
Tito fue en la vida como fue en el fútbol. Sin un atisbo de impostura, directo, sencillo, claro, frontal, natural y abierto. Así lo reconocieron los futbolistas que tuvo a su cargo, que se quedaron huérfanos de sabio. Nadie mejor que ellos saben lo que tienen que agradecerle a Tito en su impresionante carrera.
Porque Tito también fue eso, el sabio discreto, el hombre de fútbol de Bellcaire d’Empordà, que no se encuentra en las altas escuelas de negocios, pero que puede verse en los campos semivacíos de chavales pateando. Tito fue el fútbol de barro y de elite, de vestuarios de uralita y de lujosas taquillas. Sabía tanto, porque siempre supo combinar arriba y abajo. Nunca se olvidó de sus raíces y supo ver igual el fútbol en un duro banco de piedra que en el mullido asiento que cede el Camp Nou.
Ayer fue un día triste y doloroso para el barcelonismo y para todo el mundo del fútbol. Hoy llora el escudo que defendió de niño y de grande, pero sobre todo la gente que tuvo el honor de compartir con él cualquier momento. El hilo que lo sujetaba a la vida se deshilachó, no pudo permanecer colgado a la última esperanza, seguramente porque iba sobrecargado de amor y de ilusiones.
Su equipaje siempre llevó un exceso de peso de entrañable humanidad. Hoy queda un vacío. Descanse en Paz.
Artículo de Santi Nolla.
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